LA MUJER EN EL TANGO


Si analizamos los puntos mas altos en cuanto a la riqueza que nos
ofrece el tango hay una clara interacción de opuestos. Tanto por sus
ritmos lentos y rápidos, al igual que los pasos lentos y mas fluídos,
con libertad , pero también cierto rigor. Por tanto afirmamos que en
éste sentido nuestra danza es UNICA entre todas las demás, y es la
oposición o contraste marcado entre el deleite de los sentidos y la
justeza de su geometría. Por otra parte, debemos señalar que no  se
aparean siempre la sensualidad y la precisión de la geometría con la
propuesta estética. Y lo mas importante en este par de opuestos o
complementarios, si mas nos gusta el término,
 es la presencia en la esencia de tango: La Mujer y el Hombre.
Ante todo la relación de danza entre la mujer y el hombre es el
proceso y acto de creación que se genera entre ellos. Allí no predomina
ninguno de los dos y si asi fuese, hay algo que no funciona
adecuadamente. No se forma una pareja para el destaque de uno de ellos
por sobre el otro, porque entonces no hay conexión ni entrega al
otro.
En sus respectivos roles, el hombre recrea la situación que plantea la
música y su compañera.  Y esto con un propósito, nada menos que para
resaltar la belleza, el gracejo y la espiritualidad de la mujer,
ingredientes sin los cuales el tango es solo una cáscara vacía. El
hombre invoca y convoca ese espíritu de nuestra compañera para su
propio deleite, pero por sobre todo, para que la dama disfrute de su
propia femineidad con toda intensidad. En sintesis, forma y contenido,
el hombre es el marco y la mujer la obra de arte. Sin mas, esta es la
verdadera vivencia compartida del tango.
Para instrumentar lo dicho la mujer no tiene un rol de sumisión, ella
es sensible. Se encuentra en un estado especial, pendiente de los
matices de la música, sus compases y sus variaciones, pero también
sensible a la actitud del hombre hacia ella y el proceso de creación
que éste desarrolla en su propuesta de baile que va elaborando desde
esos sentimientos.